jueves, 14 de octubre de 2010

El cine gore y Al Gore

“Algunos expertos creen que la humanidad enfrentará un clima global adverso para el que no estamos preparados” sentenció el New York Times.

Por las mismas fechas un artículo en Newsweek citaba a la Nacional Academy of Science de los Estados Unidos. Advertía que el cambio climático “forzaría a ajustes económicos y sociales a escala global”. Agregaba que los climatólogos son escépticos sobre lo que los políticos podrán hacer para enfrentar el problema.

Muchos estarán pensando que estos artículos vienen a pelo con la visita del Al Gore a Lima para dictar una conferencia sobre el calentamiento global. Pero se equivocan. Como bien reseñan Steven Levitt y Stephen Dubner en su libro SuperFreakonomics, estos artículos fueron publicados a mediados de los 70 y no se refieren al calentamiento global, sino a lo que en ese momento se consideró la amenaza del enfriamiento global. La temperatura había caído en .28 grados centígrados de 1945 a 1968. Se anunciaba la llegada de una nueva edad de hielo. Algunos proponían derretir la capa de hielo del ártico para compensar las terribles consecuencias de la anunciada catástrofe climática.

Pero lo cierto es que la catástrofe nunca ocurrió. Ahora, poco más de 30 años después, nos vienen anunciando exactamente lo contrario. Una nueva catástrofe, con tufillo de fin del mundo, se acerca. Los “profetas” nos dicen que la humanidad, como la conocemos, está por desaparecer. Y el profeta máximo es nada menos que nuestro ilustre visitante, ex vicepresidente de los Estados Unidos, como él ha reconocido jocosamente, casi presidente de dicho país, y nada menos que premio Nobel de la Paz.

Al Gore ha anunciado, con datos supuestamente científicos a la vez que apocalípticos, una tragedia universal si es que no hacemos algo. Los mares subirán hasta 6 metros, las capas de hielo en los polos desaparecerán, la elevación de la temperatura destruirá flora, fauna y agricultura. Los huracanes se multiplicarán trayendo toda una ola de destrucción.

Pero Gore no es el primero ni será el último. Desde los orígenes de la civilización las distintas culturas han repetido, una y otra vez, que se viene el fin del mundo. Desde los Mayas, pasando por la propia Biblia y las tragedias griegas, la calamidad ha sido asociada a la ira de los dioses. Nostradamus es leído intensamente, entre otras razones, por su predicción del fin de los tiempos. Incontables páginas web dan cuenta de todas las veces que dicha predicción ha sido hecha por alguien. Cientos de veces en la historia la amenaza ha sido anunciada y el cine ha asegurado decenas de éxitos de taquilla jugando con morbo mezclado con miedo en torno al fin del mundo.

Al Gore se suma a toda esa sarta de profetas armados de supuestas bases científicas y, nuevamente, de una película con tufillo de documental: Una Verdad Incómoda (An Inconvenient Truth). Pero más que un documental, y haciendo honor al apellido de su autor, debería pertenecer al género del cine gore.

El cine gore es un curioso género, relativamente exitoso, que explota la sangre y las mutilaciones del cuerpo humano como principal atractivo en torno al cual se organiza el relato. Se discute su origen, pero hay un cierto consenso en atribuirlo a La Noche de los Muertos Vivientes dirigida por Romero. Fue seguido de cientos de películas más sangrientas y repulsivas (varias de bajo presupuesto) como Blood Feast, Cannibal Holocaust, The Evil Dead, o los ya famosos Friday 13th (traducida como Martes 13, la del terrible psicópata Jason despedazando estudiantes a diestra y siniestra) o Pesadilla en Elm Steet (con el inmortal Freddy Krueguer como personaje principal), entre otras películas clase “B” (de “Bizarro”) que Quentin Tarantino y Robert Rodríguez admiran tanto. Lo común del género: el uso espectacular y exagerado de la sangre y las mutilaciones para mostrar la fragilidad del ser humano, asustar, asquear, pero atraer al público explotando su morbo.

Curiosa coincidencia entre el nombre de este género cinematográfico y el apellido del ex vice-presidente. Y digo coincidencia porque, al menos en mi opinión, Al Gore usa recursos similares: asustarnos con una serie de datos espectaculares y atemorizantes, que mueven nuestros miedos más profundos y morbosos: el temor a la extinción del ser humano, mostrándonos la fragilidad de la humanidad, que puede caer despedazada por los efectos del calentamiento global.

¿Y quién es el equivalente al sanguinario Jason de Martes 13, que armado con una sierra eléctrica rebana cabezas, miembros e intestinos? Pues principalmente la actividad empresarial que, al aumentar las emisiones de carbono (humos de fábricas, escapes de automóviles, etc.) van rebanando y destruyendo nuestro planeta. Su conclusión principal: hay que reducir las emisiones de carbono de manera dramática si queremos evitar el “efecto Gore” en la Tierra.

No niego que existen algunos indicios científicos de una elevación de la temperatura atmosférica. Pero la demostración científica de que enfrentamos un colapso de las dimensiones de las sugeridas por Gore está muy lejos de haberse alcanzado. Tampoco niego que la reducción de emisiones de carbono puede ser deseable, pero hay que ponerlo en contexto. La reducción de emisiones en los niveles sugeridos por Gore son inviables política y económicamente. La reducción de productividad y bienestar serían brutales. Lo que Gore plantea es imposible de lograr, y lo hace sosteniendo una exageración que puede ser tan grosera como una buena película gore. Curiosamente, ni Gore ha podido reducir el uso de sus 8 automóviles ni el enorme consumo de electricidad de su casa particular. No sé cómo le puede pedir al resto de mortales que renunciemos a muchos de los elementos que nos generan bienestar y que son símbolo de nuestro progreso.

Pero además existen elementos que indican que estamos en capacidad de lidiar con el problema sin necesidad de convertir a los empresarios en el terrible Jason o en el insaciable Freddy Krueguer.

En un excelente libro de Bryan Caplan (The Myth of the Racional Voter) el autor da cuenta de lo que llama el “pesimistic bias” o, en una mala traducción al español, “prejuicio pesimístico”.

Caplan empieza la sección respectiva del libro con una cita a Henry Thomas: “Dos o más generaciones saturarán el mundo con población y agotarán las minas. Cuando llegue ese momento, la economía se derrumbará; o el derrumbe de la civilización económica habrá llegado”. Estas palabras fueron pronunciadas en 1898. Según Thomas, alrededor de 1950, ese momento habría llegado.

Caplan sostiene, usando estudios psicológicos, económicos y su propia experiencia e intuición, que los seres humanos tendemos, en el discurso, a ser pesimistas, pero en la acción a ser optimistas. Ello lleva a los seres humanos a pensar que todo irá mal, pero sin embargo hacer las cosas para que todo vaya mejor. De pronto tiene que ver con el instinto natural a la supervivencia. Ello hace tan atractivas las historias del fin del mundo, a pesar de que este fin (como resulta obvio) nunca ha ocurrido.

Así seguimos leyendo asustados pero entusiasmados todas esas historias de holocaustos catastróficos, y les damos credibilidad, a pesar de la gran cantidad de veces que amaneció el día en que se había predicho que el mundo se acabaría, sin que en realidad haya ocurrido nada. La realidad desmiente una creencia que acogemos una y otra vez con fuerza. Jason nos asusta por más que nunca se nos ha aparecido.

Gore no es el primero que pretende dar bases científicas a sus predicciones. Thomas Malthus fue un científico cuyo pesimismo lo hizo famoso. Hizo en el siglo XIX una profecía terrible, parecida a la de Gore, con un sustento que parecía incuestionable desde el punto de vista científico. El crecimiento de la población mundial nos conducirá a la miseria humana. Según Malthus, mientras la población crecía y se multiplicaba en progresión geométrica, la capacidad de aumentar la producción de alimentos crecería en progresión aritmética. En pocas palabras habría cada vez más bocas y menos capacidad de alimentarlas. El resultado sería una hambruna universal, un aumento de la mortalidad y con ello la ruina de la humanidad (¿le suena conocido?).

La predicción de Malthus, una de las más celebres por su supuesta base científica, nunca se cumplió.

Steven E. Landsburg en su libro Más Sexo, Más Seguro, nos muestra el error de Malthus con la aparente paradoja planteada por Ted Baxter, no un científico, sino el coordinador de un noticiero. Baxter siempre decía que planeaba tener seis hijos para resolver el problema de la población mundial. Pero, ¿por qué tener más hijos sería bueno para combatir la sobrepoblación? El razonamiento de Baxter era simple: la gente resuelve problemas y cuando más gente haya, más problemas se resuelven. La pregunta es entonces, ¿por qué un científico reputado como Malthus estaba en un error y por qué Baxter estaba en lo correcto?

En realidad es fácil descubrir los errores de Malthus. Su primer error fue que no entendió que la creatividad es un atributo que sólo tienen los seres humanos. Ningún otro ser de la naturaleza tiene la capacidad de crear algo nuevo. Su razonamiento ve el crecimiento de la población como el crecimiento de la natalidad de un conjunto de conejos sobre una tierra capaz de producir una cantidad limitada de forraje. Pero no asumió que los seres humanos pueden crear nuevas formas de producir y cambiar su medio ambiente.

En un mundo con el doble de población, habrá el doble de posibilidades de tener genios, o el doble de posibilidades de tener personas creativas. Eso significa que habrá el doble de posibilidades de tener nuevas ideas. Y buenas ideas nos resolverán problemas como, por ejemplo, producir más para alimentar más gente.

Hay un segundo error en el cálculo de Malthus. En realidad el doble de personas creativas no significa el doble de buenas ideas, sino muchas más. Malthus no sólo olvidó la creatividad sino que olvidó a las empresas (justamente esas a las que culpa Gore de buena parte del problema). Dos personas creativas pueden producir más del doble de ideas que una sola persona creativa, simplemente porque la creatividad en equipo permite aumentar el número de ideas en progresión geométrica. La coordinación entre creativos aumenta la creatividad. Y las empresas exitosas son las que saben cómo juntar gente creativa para que coordinen entre ellas. Malthus no pensó que habría cada vez más empresas, motivadas además por cubrir las demandas de una población también creciente, y por tanto motivadas por el legítimo propósito de hacer más dinero.

Así, si bien para el siglo XIX los genios y los creativos existían hacía varios siglos, lo cierto es que la capacidad de la empresa como mecanismo de coordinación de la creatividad era un fenómeno nuevo, aún no bien entendido.

El tercer error fue olvidar que la creatividad empresarial no sólo beneficia al creador o a la empresa que lo acoge. Como decía Thomas Jefferson, las ideas creativas son como encender una vela (hoy diríamos como encender un foco): una vez que lo haces no puedes evitar que la luz ilumine con sus beneficios a los demás que están en la habitación.

Las ideas generan algo que los economistas llaman externalidades o efectos externos. Hay externalidades negativas, que es cuando alguien le traslada a otros los costos que produce, como es el caso de fumar y lanzar tu humo a tu vecino. Pero hay externalidades positivas, que se dan cuando lo que trasladas no es un costo o un beneficio. Una chica bonita que se arregla nos genera beneficios a quienes la miramos, mientras sólo ella asume el costo.

Los creativos son como la chica: sus ideas nos benefician sin que el creativo pueda evitar que lo hagamos. La idea se difunde y multiplica sus efectos sin límites, como la luz de la vela. Y la creatividad de la empresa tiene un efecto asombroso que dejaría en ridículo los efectos positivos de cualquier campaña de responsabilidad social.

La realidad de esta creatividad hizo que la profecía de Malthus lo dejará en ridículo. Y creo que lo mismo va a pasar con la profecía de Gore.

En primer lugar, la posición de Gore está plagada de imprecisiones y errores. Como en el cine Gore la sangre que atraviesa distancias que no son físicamente posibles, es en realidad ketchup aguado. Son meros efectos especiales, no realidad. Por ejemplo, el supuesto aumento de 6 metros en el nivel del mar, o la desaparición en menos de una década del hielo en los polos, son exageraciones derivadas de errores evidentes de cálculo. Impresionan, pero son afirmaciones falsas. Varios ya han hecho notar los errores (les aconsejo revisar, a título de ejemplo, la siguiente página web que da cuenta de más de 30 errores cometidos en la famosa película Gore: http://scienceandpublicpolicy.org/monckton/goreerrors.html) e incluso un juez británico ha ordenado la rectificación de 9 errores (ver http://www.skepticalscience.com/al-gore-inconvenient-truth-errors.htm).

En segundo lugar, las famosas emisiones de carbono, si bien pueden ser atribuidas en parte a la actividad humana, provienen principalmente de fenómenos naturales, o de actividades no estigmatizadas por Gore. Por ejemplo, las vacas son bastante peores que las emisiones de automóviles y fábricas (contribuyen en un 50% más a las emisiones de carbono). La digestión de los rumiantes, cuyo número ha crecido gracias a su domesticación y uso para producir carne y leche, produce gas metano. Esos gases contribuyen mucho más al famoso calentamiento global. Gore no lo menciona a pesar que volvernos más vegetarianos parece una mejor medida que reducir el uso de automóviles. Pero claro, meterse con los ganaderos es políticamente incorrecto.

De hecho la actividad humana sólo genera el 2% de las emisiones de carbono en el mundo.

Pero Gore tampoco menciona lo que Malthus olvidó: la capacidad de la creatividad humana para arreglar problemas. Se ha descubierto que las erupciones volcánicas generan un efecto importante en reducir la temperatura contrarrestando el calentamiento global. La razón es que lanzan a zonas altas de la atmósfera una sustancia conocida como dióxido de azufre.

Resulta que en el supuesto que la temperatura subiera de manera peligrosa, si pudiéramos lanzar una cantidad controlada y no muy grande de dióxido de azufre a las zonas altas de la atmósfera, podríamos reducir sustancialmente la temperatura. Ello se enmarca dentro de una disciplina llamada geoingeniería.

Les sugiero revisar una interesante discusión sobre este tema en la página de Intellectual Ventures, una organización de origen empresarial orientada a impulsar descubrimientos científicos y que viene abordando el tema del calentamiento global (http://intellectualventureslab.com/?p=338). Hay una reseña muy interesante de dicha entidad en el libro SuperFreakonomics de Levitt y Dunber, ya citado.

Entre las soluciones propuestas están elevar una manguera con dióxido de azufre con el uso de globos aerostáticos (sorprendentemente la manguera no requeriría un diámetro mayor que el de las mangueras que usamos para regar nuestro jardín). Con ellos se crearía un escudo estratosférico que nos protegería del supuesto calentamiento global. Se puede encontrar una excelente explicación, muy didáctica (video incluido) en (http://intellectualventureslab.com/?p=296). El costo de la solución es asombrosamente barato. Llama la atención que Gore nunca haga referencia a la geoingeniería ni al escudo estratosférico en sus películas y en sus conferencias.

¿Y por qué si es tan sencillo no lo han hecho hasta ahora? La respuesta es muy simple: porque no es necesario. Los niveles de temperatura aún no justifican su uso y no está claro que se vayan a generar las terribles consecuencias que Gore anuncia en su película en algún momento. Como la propia gente de Intellectual Ventures señala, es como tener a los bomberos listos, pero no vale la pena sacarlos de la estación si es que no hay un incendio.

Como bien dice Intellectual Ventures en su página, si lo que se dice del calentamiento global fuera cierto, soluciones como las planteadas por Gore no son viables y se basan en un sacrificio de bienestar y de recursos que no estamos dispuestos ni individual ni colectivamente a hacer y que no estaría justificado habiendo otras alternativas. Hay que buscar soluciones que funcionen o que en todo caso nos den tiempo para poder cambiar el uso de la energía de manera más consistente.

Lo cierto es que Gore, como el Cine Gore, tiene más de efectos especiales y menos de ciencia. Gore es un político que ha encontrado la manera de sacar provecho de nuestros “prejuicios pesimísticos” y nuestro morbo con el tema del fin de mundo. Es bonito hablar de proteger el medio ambiente culpando a las empresas. Lo difícil es plantear soluciones inteligentes y no imposibles. Una pena que le hayan dado el Nobel por lo que hizo, porque afecta el prestigio de un premio que ha sido entregado a otros de manera muy merecida. Pero así es la política. Siempre coloca la carreta delante de los bueyes.

Fuente: http://semanaeconomica.com/

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