Si ha pensado hacer algunos cambios a su organización pero todavía no se decide, o simplemente siente que algo no marcha bien y no se explica por qué, lea este artículo y tome la decisión final de cambiar o no algunas cosas en su negocio.
El diccionario define como cambio a “la acción de dejar una cosa o situación para tomar otra”. Es una transición, así de sencillo. Sin embargo, siendo algo tan simple de entender, ¿por qué la mayoría de las personas nos resistimos a cambiar?
Hay quienes incursionan en los negocios con una mira de corto alcance. Piensan que se trata exclusivamente de hacer dinero lo más rápido posible. Y en muchos casos es ese precisamente el fin de su negocio, en ambos sentidos.
Pero existen también los empresarios que mantienen una visión con el objetivo principal de crear empleos, sin reparar tanto en el beneficio inmediato. Saben, sienten, que el dinero llegará después, como consecuencia del trabajo constante.
Y en efecto, el dinero no es el fin sino sólo una consecuencia.
En el mundo de los negocios, como en la vida y las relaciones interpersonales, la mayoría se resiste a cambiar porque eso implica abandonar la zona de comodidad a la que estamos acostumbrados. El cambio es algo nuevo e incómodo, impredecible, algo que no parece seguro y casi siempre nos ocasiona incertidumbre.
Por alguna extraña razón cuando el ser humano se ve obligado a tomar una decisión importante en lo primero que piensa es en las consecuencias negativas. Por lo general así sucede. Pero si bien el cambio puede producirnos un cierto malestar también es una oportunidad real de mejorar nuestra situación.
El meollo del asunto es hacer a un lado, conscientemente, esa percepción negativa. Como empresarios, nuestra labor debe ser quitarle a la gente su temor de trabajar más y mejor ya que esto es inevitable cuando decidimos modificar algo dentro de la organización. Y el equipo de trabajo tiene que hacerlo.
También debemos ser capaces de romper hábitos. Muchos piensan que sus empleados podrían levantarse en armas, pero la verdad es que la gran mayoría de los seres humanos buscan comodidad en la costumbre y se mantienen con lo que ya han probado.
El conformismo se generaliza pero unos cuantos se arriesgan a cambiar, a experimentar algo nuevo, incierto o prometedor. Son aquellos que tienen el carácter y la determinación para realizar los negocios de hoy los que entienden que deben modificar su resistencia al cambio para transformarla en buena voluntad.
¿Y qué es la buena voluntad? Es actitud. ¿Y qué es la actitud? Es estar abiertos y receptivos a nuevas ideas, sentirnos estimulados, ver la transición como un reto y no como una amenaza. La actitud es la facultad que nos permite percibir el cambio como un proceso continuo y comprometernos con él. Ésa podría ser su definición.
No obstante, la buena voluntad incluye también la capacidad de tomar medidas. La mayoría estará de acuerdo cuando sostenemos que es preferible tener un equipo integrado por personal con más actitud que aptitud, pero la toma de medidas es imprescindible para poder no sólo prever sino instituir los ritmos del cambio dentro de la organización.
El equipo debe ser capaz de evaluar el status quo, de planear el crecimiento. Hace poco escuché a un empresario decir que en su negocio todo marchaba bien pues seguía manteniendo el mismo número de clientes del año anterior y su cartera vencida no había aumentado mucho. ¿Se imaginan? Sin duda es posible confundir el tamaño de nuestro negocio porque sigue teniendo los mismos números, pero eso no justifica la ignorancia y falta de previsión cuando se trata de confrontar el mundo exterior donde las empresas siguen creciendo cada día mientras otras se vuelven débiles e insignificantes.
Considero que para los empresarios no puede haber una situación más terrible que estar muriendo sin siquiera darse cuenta de ello. O estar haciéndose cada vez más y más chicos en un mundo que crece sin cesar.
Debemos auto-evaluarnos, profesionalizar nuestra operación, anticipar los riesgos y planear adecuadamente los cambios. Nuestra responsabilidad debe ser actuar en el entorno antes de que éste lo haga sobre nosotros.
Como líderes, tenemos que dirigir en lugar de seguir a la competencia. Es costoso, claro que sí, pero vale la pena.
Como ya es costumbre, termino mi participación con una frase de Severo Catalina, periodista español del siglo XVII: “ El cambio no sólo se produce tratando de obligarse a cambiar, sino tomando conciencia de lo que no funciona”.
Hay quienes incursionan en los negocios con una mira de corto alcance. Piensan que se trata exclusivamente de hacer dinero lo más rápido posible. Y en muchos casos es ese precisamente el fin de su negocio, en ambos sentidos.
Pero existen también los empresarios que mantienen una visión con el objetivo principal de crear empleos, sin reparar tanto en el beneficio inmediato. Saben, sienten, que el dinero llegará después, como consecuencia del trabajo constante.
Y en efecto, el dinero no es el fin sino sólo una consecuencia.
En el mundo de los negocios, como en la vida y las relaciones interpersonales, la mayoría se resiste a cambiar porque eso implica abandonar la zona de comodidad a la que estamos acostumbrados. El cambio es algo nuevo e incómodo, impredecible, algo que no parece seguro y casi siempre nos ocasiona incertidumbre.
Por alguna extraña razón cuando el ser humano se ve obligado a tomar una decisión importante en lo primero que piensa es en las consecuencias negativas. Por lo general así sucede. Pero si bien el cambio puede producirnos un cierto malestar también es una oportunidad real de mejorar nuestra situación.
El meollo del asunto es hacer a un lado, conscientemente, esa percepción negativa. Como empresarios, nuestra labor debe ser quitarle a la gente su temor de trabajar más y mejor ya que esto es inevitable cuando decidimos modificar algo dentro de la organización. Y el equipo de trabajo tiene que hacerlo.
También debemos ser capaces de romper hábitos. Muchos piensan que sus empleados podrían levantarse en armas, pero la verdad es que la gran mayoría de los seres humanos buscan comodidad en la costumbre y se mantienen con lo que ya han probado.
El conformismo se generaliza pero unos cuantos se arriesgan a cambiar, a experimentar algo nuevo, incierto o prometedor. Son aquellos que tienen el carácter y la determinación para realizar los negocios de hoy los que entienden que deben modificar su resistencia al cambio para transformarla en buena voluntad.
¿Y qué es la buena voluntad? Es actitud. ¿Y qué es la actitud? Es estar abiertos y receptivos a nuevas ideas, sentirnos estimulados, ver la transición como un reto y no como una amenaza. La actitud es la facultad que nos permite percibir el cambio como un proceso continuo y comprometernos con él. Ésa podría ser su definición.
No obstante, la buena voluntad incluye también la capacidad de tomar medidas. La mayoría estará de acuerdo cuando sostenemos que es preferible tener un equipo integrado por personal con más actitud que aptitud, pero la toma de medidas es imprescindible para poder no sólo prever sino instituir los ritmos del cambio dentro de la organización.
El equipo debe ser capaz de evaluar el status quo, de planear el crecimiento. Hace poco escuché a un empresario decir que en su negocio todo marchaba bien pues seguía manteniendo el mismo número de clientes del año anterior y su cartera vencida no había aumentado mucho. ¿Se imaginan? Sin duda es posible confundir el tamaño de nuestro negocio porque sigue teniendo los mismos números, pero eso no justifica la ignorancia y falta de previsión cuando se trata de confrontar el mundo exterior donde las empresas siguen creciendo cada día mientras otras se vuelven débiles e insignificantes.
Considero que para los empresarios no puede haber una situación más terrible que estar muriendo sin siquiera darse cuenta de ello. O estar haciéndose cada vez más y más chicos en un mundo que crece sin cesar.
Debemos auto-evaluarnos, profesionalizar nuestra operación, anticipar los riesgos y planear adecuadamente los cambios. Nuestra responsabilidad debe ser actuar en el entorno antes de que éste lo haga sobre nosotros.
Como líderes, tenemos que dirigir en lugar de seguir a la competencia. Es costoso, claro que sí, pero vale la pena.
Como ya es costumbre, termino mi participación con una frase de Severo Catalina, periodista español del siglo XVII: “ El cambio no sólo se produce tratando de obligarse a cambiar, sino tomando conciencia de lo que no funciona”.
Ferenz Feher es Licenciado en Administración de Empresas del ITESM. Con varios Diplomados y un master en Franchise en Miami, es el primer Mexicano certificado por el ICFE. Actualmente es asesor en temas de Negocios y Franquicias de la revista Entrepreneur; catedrático e impulsor del Sistema de Franquicias en México. Cuenta además con el reconocimiento de Restaurantes de México, por el impulso dado a las Franquicias Restauranteras.Es autor y co-autor de varios libros relativos a este tema. www.ferenzfeher.com