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domingo, 3 de julio de 2011

El cementerio de las monedas

Latino-américa La fortaleza del tipo de cambio es un problema. Hace 20 años era todo lo contrario.

Para muchos economistas y gobiernos, la fortaleza del tipo de cambio de la que gozan muchos países de América Latina hoy es un problema. Los bancos centrales y los ministerios de finanzas tratan de “debilitar” sus monedas acumulando reservas, imponiendo controles de capital, creando fondos soberanos. El gran temor es que el prolongado auge de los commodities genere desequilibrios futuros.
La situación actual contrasta fuertemente con la historia reciente de la región, cuando uno de sus grandes problemas era precisamente lo contrario: monedas debilitadas por la alta inflación y la elevada deuda.
Durante años, muchos países latinoamericanos hacían y deshacían sus monedas con el fin de estabilizarse
y sacudirse de la pesadilla de la hiperinflación. Sólo en Brasil hubo cuatro monedas distintas en menos de
10 años durante la década del 80 y 90.
¿Se acuerdan del inti de Perú, del austral argentino o del cruzado brasileño? A fines de los 80 eran la moneda oficial de esos países. Otras denominaciones simplemente han desaparecido y han sido reemplazadas por el dólar estadounidense, como es el caso del sucre ecuatoriano o el colón salvadoreño.
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En el último cuarto de siglo, la mayoría de los países de América Latina ha vivido al menos un cambio de moneda. Algunos fueron sutiles, como en el caso de México: con el paso de los años el “nuevo” peso introducido en 1993 se deshizo de su prefijo y quedó simplemente como peso. Otros, bastante más brutales. Éstos son los finados famosos del cementerio de las monedas:
El austral. Fue la moneda oficial argentina entre 1985 y 1991 y reemplazó en su momento al peso a una tasa de 1 por 1.000 pesos. Con la inflación alcanzando 5.000% en 1989, el austral no sólo había perdido todo su valor, sino también su credibilidad. Sólo en el mes de julio de 1989, los precios al consumidor se triplicaron. La respuesta a esta crisis fue el Plan de Convertibilidad y una nueva moneda: el peso. El 31 de
diciembre de 1991, el gobierno de Carlos Menem introdujo el peso a una tasa de 1 peso por 10.000 australes y lo “ató” al dólar estadounidense a una tasa de 1 a 1. La crisis de 2001, que tumbó al gobierno de Fernando de la Rúa, se llevó consigo el tipo de cambio fijo. Hoy el peso se cotiza a 4 por dólar.

El peso boliviano. Introducido en 1963, al igual que otras monedas sudamericanas, el peso boliviano sufrió los embates de la crisis de la deuda y la hiperinflación de los 80. En 1984, la inflación superó 1.200% y al año siguiente llegó a un histórico 11.750%. En 1987, el gobierno decidió despedirse del peso y lanzó el
boliviano a una tasa de cambio de 1 por 1 millón de pesos. En ese momento, 1 boliviano equivalía en torno a 1 dólar estadounidense. Hoy está a aproximadamente 7 por dólar.

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El cruzado y el cruzeiro. Brasil tiene un verdadero mausoleo de monedas. En menos de una década tuvo cuatro distintas. En 1986, el gobierno de José Sarney introdujo el cruzado, reemplazando al cruzeiro novo a una tasa de 1 por 1.000. Pero en 1990, el cruzeiro regresó de la mano de Fernando Collor de Melo, a una tasa par (1 a 1). Era la tercera vez que Brasil usaba el cruzeiro como moneda, aunque sólo duró tres años: en 1993 nació el cruzeiro real, a una tasa de 1 por 1.000 cruzeiros. Hoy se conoce simplemente como real.
Al igual que en el caso argentino, la elevada inflación crónica era el trasfondo de tantos cambios, programas, paquetazos y congelamiento de cuentas corrientes. En 1990 alcanzó un récord histórico de 6.821%. Después de la introducción del real, los precios se estabilizaron y, en diciembre de 1998, Brasil obtuvo la inflación más baja de su historia: 1,65%. Inédita también ha sido la trayectoria del real: debutó a la par con el dólar, y tras algunos altibajos a fines de los 90, hoy se cotiza en 1,5 por dólar.

El sucre. Fue la moneda oficial de Ecuador hasta el año 2000. Hasta inicios de los años 80 era una de las monedas más estables de la región, pero la crisis de la deuda que azotó a América Latina en esos años obligó al gobierno  a devaluarlo en 1983 y adoptar un régimen de tipo de cambio móvil (conocido como “crawling peg”) para depreciar lentamente la moneda. Ese año el dólar se cambiaba a 42, pero a fines de la década en el mercado informal ya se tasaba a 800 y, en 1995, a 3.000. A partir de 1999 empezó su caída libre, iniciando la década 25.000 sucres por dólar. La solución fue más drástica que en Argentina: dolarizar totalmente la economía. Desde ese entonces los ecuatorianos carecen de símbolos nacionales en sus transacciones cotidianas: las realizan en dólares.
El inti. Con una virtual guerra civil y una elevada deuda como escenario de fondo, a fines de los años 80 Perú entró en una de las mayores espirales hiperinflacionarias de América Latina. En 1988 la inflación llegó a 667%, en 1989 a 3.398% y en 1990 a 7.482%. Una de las víctimas fue el inti, la moneda introducida en 1985 para reemplazar al sol y hacer frente al debilitamiento de este último. En julio de 1991, el gobierno de Alberto Fujimori introdujo el nuevo sol, como parte de un amplio paquete de reformas. Desde entonces, el suevo sol ha sido una de las monedas más estables de la región. Y desde 1996 Perú tiene una inflación de un solo dígito.
El colón salvadoreño. Una de las monedas más longevas de América Latina, el colón fue la moneda oficial de El Salvador entre 1892 y 2001, cuando fue sustituido por el dólar. La dolarización se realizó a una tasa de cambio de 8,75 colones por dólar. Aunque oficialmente el colón no ha dejado de existir, prácticamente todas las transacciones se realizan con la divisa estadounidense. La idea detrás de la dolarización era estabilizar los precios al consumidor (aunque el país nunca experimentó hiperinflación, sí estuvo en dos dígitos durante más de una década) y dar una señal de confianza a los inversionistas extranjeros. A diferencia de Ecuador, que adoptó el dólar en medio de una crisis, El Salvador planificó durante años con cuidado la transición, apoyado en una serie de reformas económicas durante los 90. 

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miércoles, 9 de febrero de 2011

Felicidad Interior Bruta: ¿El dinero da la felicidad?

"El que diga que el dinero no puede comprar la felicidad es porque no sabe dónde ir de compras". Éste es un texto que se puede leer en muchas pegatinas y camisetas. Pero, ¿cuál es exactamente la relación entre dinero y felicidad?

Por un lado, la relación resulta obvia. Nadie puede negar que tener suficiente dinero para cubrir las necesidades básicas –alimentos, abrigo y vivienda- te hace más feliz, o al menos te libera del estrés que conlleva vivir bajo serias restricciones. Y cuanto más dinero tienes, más cosas que te proporcionan felicidad puedes comprar, ya sea el iPhone4, un coche nuevo o una bufanda de cachemir. Por otro lado, esos objetos materiales no suelen proporcionarnos la misma felicidad que, por ejemplo, pasar la mañana con tus hijos en la playa o mantener una buena conversación con un viejo amigo.

"La relación entre dinero y felicidad es complicada", dice Ed Diener, profesor emérito de Psicología en la Universidad de Illinois, que investiga sobre temas de cuantificación de la felicidad. "A igualdad de condiciones, tener más dinero siempre va a ser bueno. Pero aunque el dinero te puede hacer más feliz hay cosas que introducen complejidad en dicha correlación".

Efectivamente, tener más dinero nos hace más felices, pero la felicidad también depende de otras cosas, como vivir -o no- en un país económicamente avanzado, el modo en que gastas tu dinero, cómo comparas tu riqueza con la de los demás o qué importancia le concedes a tu tiempo.

En la década de los 70 se podían contar con los dedos de una mano los investigadores que estudiaban el tema de la felicidad humana, y existían muy pocos datos fiables que cuantificasen el bienestar individual o nacional. Por aquél entonces los estudios sugerían que por encima de determinado mínimo los ingresos sólo tenían un modesto efecto sobre la felicidad. En cualquier sociedad la gente rica era más feliz que la gente pobre, pero los ciudadanos de países ricos no eran mucho más felices que los ciudadanos de países de riqueza media e incluso pobres. Este resultado, conocido como la Paradoja Easterlin en honor de Richard Easterlin, el economista que observó esta relación por primera vez, sugería que era el ingreso relativo –y no absoluto- el que estaba vinculado a la felicidad. En otras palabras, lo que importa es tener lo mismo que el vecino.

Las investigaciones sobre la felicidad han recorrido mucho camino desde entonces. Hoy en día se dispone de mejor información y muestras mucho más representativas para cuantificar tanto los niveles personales como nacionales de felicidad. Asimismo, mucha más gente trabaja en este campo –desde economistas a sociólogos y psicólogos-, y ahora la mayoría están de acuerdo en el fuerte vínculo existente entre el nivel de desarrollo económico de un país y la felicidad de sus ciudadanos.

De hecho, los líderes políticos –incluyendo el primer ministro británico David Cameron y el presidente francés Nicolás Sarkozy-, han declarado que puede que la felicidad sea la clave para mejorar el modo en que se cuantifican los estándares de vida de un país. En su opinión, en lugar de tener en cuenta únicamente el producto interior bruto -la cantidad de bienes y servicios producidos en el país-, también deberían considerarse otros factores como el grado de satisfacción que tienen los ciudadanos con sus vidas.

No obstante, resulta muy complicado precisar la conexión entre dinero y felicidad, aunque sea una definición muy sencilla e universal. Algunos críticos señalan que averiguar cómo determinar el éxito de un país a través de su bienestar resultaría igual de complicado.

País a país

Los profesores de Empresa y Políticas Públicas de Wharton Betsey Stevensony Justin Wolfers, y el estudiante de doctorado Daniel Sacks han desenterrado todos los estudios multinacionales sobre bienestar a los que han tenido acceso y los han cruzado con las estadísticas internacionales sobre desarrollo económico disponibles. Los datos recopilados por este equipo cubren un total de 40 años, 155 países y cientos de miles de individuos. Los resultados muestran que "existe una relación robusta entre el bienestar y el desarrollo económico", explica Wolfers. Esta investigación está publicada en un artículo titulado "Subjective Well-Being, Income, Economic Development and Growth" (“Bienestar, renta, desarrollo económico y crecimiento subjetivos”).

El dinero está estrechamente asociado con el bienestar, un resultado que se sostiene cuando se compara la felicidad de dos individuos dentro del mismo país -donde uno es el 10% más rico que el otro-, o la felicidad media de dos países –donde la renta per cápita de uno supera en un 10% a la del otro-. "La paradoja de Easterlin intuitivamente tiene sentido, pero parece ser que los resultados obtenidos en las investigaciones sobre felicidad del pasado no eran hechos, sino más bien cosas que deseábamos que fuesen ciertas", señala Wolfers. "Se trataba de una hipótesis tremendamente tranquilizadora; nos permitía dormir mejor por las noches sin preocuparnos por el sufrimiento humano en Burundi, ya que sugería que la gente en Burundi era simplemente tan feliz como nosotros".

Easterlin, que da clases en la Universidad de Southern California, no se ha retractado. El mes pasado publicaba un nuevo artículo en el que concluía que en 37 países del mundo, pobres y ricos, los niveles de bienestar no habían aumentado al mismo ritmo que sus niveles de renta en el largo plazo. Así, en Chile, China y Corea del Sur, la renta per cápita se había duplicado en veinte años pero los informes mostraban incluso ligeros retrocesos en los niveles de satisfacción de los ciudadanos con sus vidas.

Sin embargo, Wolfers sostiene que el crecimiento económico contribuye a financiar las inversiones en investigaciones científicas asociadas a vidas más saludables y longevas. Wolfers señala varios indicadores económicos que tienen una fuerte correlación con lo que la gente entiende por bienestar. La mortalidad infantil es uno de ellos. En Estados Unidos la probabilidad de que un recién nacido fallezca antes de los cinco años ha disminuido considerablemente a lo largo de los últimos 50 años: hoy en día la probabilidad es 7,8 por cada mil nacidos, mientras que en 1960 dicha cifra era del 30 por mil. En Burundi, uno de los países más pobres del mundo (y que está situado en las últimas posiciones en todos los ranking sobre felicidad en el mundo), la mortalidad infantil en la actualidad es 166,3 por mil, según datos del Banco Mundial.

En los últimos 30 años, la esperanza de vida en Estados Unidos ha aumentado prácticamente un año cada década. Hoy en día, si los patrones de mortalidad actuales se mantienen, se espera que un recién nacido estadounidense por término medio cumpla los 78,44 años (en 1970 dicha cifra era 70,81 según el Banco Mundial). En Burundi la esperanza de vida media es 50,43.

"Se han producido diversas transformaciones", dice Wolfers. "La mayor productividad de Estados Unidos significa que disponemos de opciones que nuestros amigos de Burundi no tienen. Y dichas elecciones están a nuestro alcance gracias a nuestro mayor nivel de compra".

En opinión de Wolfers, la renta relativa es importante, pero sólo en los extremos. "Parece que lo único que nos importa es tener lo mismo que el vecino. Pero si el vecino vive en un país rico y tú también, los dos estáis más felices de lo que estarías viviendo en un país pobre. Los niveles de desarrollo económico son muy diferentes de país a país. La pequeña satisfacción que sientes cuando superas al vecino realmente no tiene importancia en un país como Burundi, donde tu preocupación es que tu hijo se está muriendo".

No obstante, a la gente lo que le preocupa es su posición y estatus relativo. Según Sonja Lyubomirsky, profesora de Psicología en la Universidad de California, Riverside, que estudia el bienestar humano, en Estados Unidos las comparaciones y juicios relativos importan mucho. "Las investigaciones sugieren que sólo cuando te recortan el sueldo, o pierdes tu trabajo, te muestras considerablemente menos satisfecho con tu vida", explica. "Pero cuando todo el mundo empeora tus niveles de satisfacción siguen más o menos igual".

Un conocido estudio de hace una década revelaba que la gente prefiere vivir en un mundo en el que su salario anual fuese 50.000 dólares y el de los demás 25.000, que en un mundo en el que ganase 100.000 dólares y los demás 200.000. "Para algunos este resultado muestra el lado oscuro de la naturaleza humana, pero para mí revela una verdad demasiado humana: nos preocupan más las comparaciones sociales, estatus y posición que el valor absoluto en nuestra cuenta bancaria o nuestra reputación", señala Lyubomirsky.

Pero independientemente del dinero que tenga cada uno hay estrategias de consumo que maximizan nuestra felicidad individual. Por ejemplo, gastar dinero en los demás, bien sea un acto filantrópico o invitando a un amigo a comer, nos hace más felices que gastar dinero en nosotros mismos. Gastar dinero en cualquier cosa que fomente el crecimiento personal –clases de francés o de cocina-, o en actos sociales suele hacernos más felices que gastarlo en aventuras en solitario.

Gastar dinero en muchas pequeñas cosas en lugar de una única cosa grande también nos hace más feliz. "El motivo es que si gastas tu dinero en una sola cosa de gran valor te acostumbras, pero con muchas cosas de pequeño valor se producen más periodos de adaptación así que la felicidad dura más tiempo", dice Lyubmirsky.

Gastar dinero en experiencias –por ejemplo un viaje especial-, en lugar de posesiones también nos hace más feliz. "Las experiencias que sean sociales… probablemente se recuerden más y no son comparables", añade. “No sabes si tu vecino tuvo una luna de miel mejor que la tuya".



El enfoque filosófico

No obstante, cuando se pregunta a la gente una variación de la cuestión "¿Qué te hace feliz?", para la mayoría el dinero no ocupa una de las primeras posiciones. Según el profesor de Gestión de Wharton Stewart Friedman, en general, los encuestados suelen responder cosas como cultivar relaciones de calidad con amigos y familia, hacer una contribución positiva al mundo o "tener tiempo para ellos mismos, para recuperarse y rejuvenecer".

Friedman, cuyas investigaciones se centran en la intersección entre el comportamiento organizativo y la integración familiar y laboral, da clases sobre liderazgo a partir de su experiencia de dos años en Ford. En las clases guía a estudiantes a través de diversos ejercicios para que identifiquen cuáles son sus principales valores y sepan reconocer qué es lo que más les importa; luego les ayuda a averiguar cómo gestionar su trabajo, familia y compromisos con la comunidad para que sus vidas y valores estén en la misma línea. "Los resultados que la gente espera tienen mucho que ver con su bienestar y felicidad", dice. "Quieren contribuir a que el mundo sea un lugar mejor, un lugar más seguro. Reconocen la importancia de las intenciones".

En opinión de Diener, científico senior en Gallup, después está el tema de cómo definen los individuos la felicidad. Este verano Gallup realizaba una encuesta a nivel mundial a más de 136.000 personas en 132 países que incluía preguntas sobre la felicidad y la renta. También había cuestiones sobre su renta y estándares de vida, sobre si sus necesidades básicas de comida y vivienda estaban cubiertas, qué tipo de bienes poseían y si sentían que sus necesidades psicológicas estaban satisfechas. La encuesta incluía una evaluación global de sus vidas, ya que pedía a los entrevistados que evaluasen su vida de diez (la mejor posible) a cero (la peor posible). También preguntaba si se sentían respetados, si tenían familias y amigos con los que poder contar en caso de dificultad, y lo libres que se sentían a la hora de elegir sus actividades diarias.

Los resultados muestran que aunque la satisfacción normalmente aumenta con la renta, las sensaciones positivas que se experimentan en el día a día no siguen necesariamente la misma pauta. "Observando el nivel de satisfacción de nuestra vida –cuando miramos hacia atrás y la evaluamos-, la gente podría decir En general está bastante bien. Estoy casado/a, tengo trabajo, tengo salud. Se puede ver una fuerte correlación en todas partes del mundo entre la renta individual y nacional y los niveles de felicidad", explica Diener. "Por otro lado, cuando estudias la felicidad asociada a determinados momentos -¿disfrutas con tu trabajo? ¿Estás aprendiendo cosas nuevas? ¿Estás pasando tiempo con tus amigos?- entonces apenas existe correlación con el dinero. Esta felicidad está fuertemente asociada con otros factores, como sentirse respetado, tener autonomía y apoyo social o tener un empleo que te llene".

Según Diener, uno de los obstáculos a la felicidad es el "problema de aspirar siempre a algo más", también conocido simplemente como materialismo. "Las aspiraciones crecen tan rápidamente que la gente se siente decepcionada con la cantidad de dinero que gana porque siempre quiere más", señala. "Todos los días vemos en la televisión películas y programas sobre gente que gana un montón de dinero y compra yates de 20 millones de dólares. Es algo que ocurre en todas las partes del mundo; nuestro informe nos dice que en los países en desarrollo hay más gente que tiene televisores que agua potable en sus casas. Los medios de comunicación han aumentado rápidamente las aspiraciones de la gente".

Después también está el tema de cómo has conseguido el dinero, cómo lo gastas y cómo empleas tu tiempo, señala Diener. "Si tienes dinero porque eres el abogado de una gran empresa, trabajando 80 horas a la semana, entonces posiblemente estés cansado. Trabajas muchas horas y en tu vida no tienes mucho tiempo para otra cosa que no sea el trabajo. Posiblemente te gastes tu dinero en una niñera, una asistenta y todas esas cosas que necesitas para permanecer a flote, no realmente en cosas que te hacen feliz".

El tiempo, siempre presente

Cassie Mogilner, profesora de Marketing de Wharton, estudia precisamente este tema. Sus investigaciones se centran en la relación entre el tiempo y la felicidad, y estudia cómo la decisión de una persona de pensar en términos de tiempo –en lugar de dinero- puede influirle de forma que dedicará más tiempo a cosas que le hagan feliz.

En una serie de experimentos, Mogilner analizaba qué ocurría cuando los participantes pensaban sobre el tiempo, incluso fugaz o subconscientemente, y si ello tenía algún efecto sobre su comportamiento y felicidad. El primer experimento se llevó a cabo online. Se facilitaron a los participantes diversas palabras relacionadas bien con el tiempo, con el dinero o neutras, y se les pidió que creasen todas las frases que pudiesen con esas palabras en tres minutos. (Por ejemplo, en el primer grupo los participantes tenían que construir frases con términos como “reloj”, “días”, “horas”, mientras que en el segundo se enfrentaban a palabras como “salud”, “precio” o “efectivo”).

Después, se pedía a los participantes que completasen una encuesta sobre cómo tenían pensado pasar las próximas 24 horas, donde también debían evaluar cuánta felicidad les proporcionaban las actividades señaladas. Aquellos que habían estado en contacto con las palabras vinculadas al tiempo declaraban que pasarían más tiempo socializando con la familia y amigos o bien teniendo relaciones íntimas, actividades que además les proporcionaban más felicidad. Pero aquellos que habían estado en contacto con palabras vinculadas al dinero manifestaban que iban a pasar más tiempo trabajando o viajando para ir al trabajo, actividades asociadas con niveles muy bajos de felicidad.

Un segundo experimento se llevó a cabo en una cafetería muy popular entre los estudiantes universitarios. Cuando los estudiantes entraban se les pedía de nuevo construir frases con palabras relacionadas con el tiempo, palabras relacionadas con el dinero o palabras neutras. Después se les dejaba entrar. Desconocían que en la cafetería había un investigador observando su comportamiento, mirando si estaban hablando por el móvil, enviando un SMS o hablando con otras personas o bien trabajando con sus ordenadores o leyendo algo relacionado con sus estudios.

Al igual que en el primer experimento, aquellos que habían estado en contacto con palabras relacionadas con el tiempo eran más proclives a estar socializando, mientras que la probabilidad de estar trabajando era mayor para aquellos que habían construido frases con palabras relacionadas con el dinero. Cuando los estudiantes abandonaban la cafetería se les preguntaba que cuantificasen su nivel de felicidad en ese momento; aquellos que habían estado socializando eran más felices que aquellos que habían estado trabajando. Los resultados de estas investigaciones aparecen en el artículo "The Pursuit of Happiness: Time, Money, and Social Connection" ("Persiguiendo la felicidad: Tiempo, dinero y conexiones sociales"), publicado en la revista Psychological Science.

La conclusión obvia es que todos necesitamos pasar más tiempo socializando con nuestros amigos y seres queridos para ser más felices, ¿no? No necesariamente, dice Mogilner. "Yo no digo que la gente deba dejar de trabajar. Para mucha gente el trabajo es una fuente muy importante de satisfacción personal", explica. "Pero mis investigaciones indican que, además de nuestras carreras profesionales, también debemos cuidar la familia y las relaciones sociales. En el margen, cuando estamos pensando en trabajar una hora más en la oficina o bien irnos a casa y pasar algo más de tiempo con nuestra familia o amigos, si optas por lo último tendrás más felicidad".

Fuente: http://www.wharton.universia.net/index.cfm?fa=viewArticle&id=2008&language=spanish

Publicado el: 09/02/2011

lunes, 7 de febrero de 2011

Este es el juego del dinero

Muchas personas, incluso se podría decir millones, piensan que la economía es una cosa muy seria. No sólo ahora, sino también a lo largo de la historia. Por la lucha por el dinero se cometen, y han cometido, verdaderas atrocidades: asesinatos, violaciones, guerras, esclavitud… pensemos en cualquier degeneración humana.


Sin embargo, puestos a analizar como funciona el sistema económico, nos llevamos la sorpresa de descubrir lo absurdo de todo ello: porque la economía es realmente un juego. Un juego emocionante y peligroso, eso sí, pero en definitiva, un juego.Cuando George Soros apostó, si he escrito “apostó“, a que la esterlina bajaría su cotización en 1992, hizo exactamente eso: apostar. Claro que, movió los hilos necesarios a su alcance, que son muchos, para que el Banco de Inglaterra no pudiera más que transigir y se viera obligado a devaluar su moneda, haciendo que el señor Soros ganara unos cuantos millones de dólares en el camino.

Luego está el día a día de las bolsas, lo que se llama intradía. Los mal llamados inversores, o mejor llamados especuladores, se dedican a comprar y vender, sean acciones o productos financieros, apostando con sus compras a que van a subir o bajar, porque también se puede ganar apostando a las pérdidas, es lo que se denomina short selling o venta corta. Y la mayoría de veces que ganen o que pierdan depende de las palabras de algún CEO o ministro de economía de turno, no de que las empresas funcionen bien o mal en la economía real, lo que los anglosajones llaman main street.

Así pues, los únicos que no consideran a la economía como un juego son la gente de la calle. La que sufre las consecuencias de los jugadores. Porque las apuestas pueden ser tan altas que ha sucedido que han desestabilizado, e incluso hundido, países enteros a lo largo de la historia del capitalismo. La población normal, ajena a estas apuestas, pierde el trabajo, les embargan la casa, no pueden alimentar a sus hijos, se desesperan por la falta de liquidez… mueren. Todo por los juegos de unos pocos en lo que algunos denominan finanzas de altos vuelos.

Por ello, y para finalizar, no me queda más que añadir: señores, hagan juego.

Fuente: http://www.secretosdeldinero.com/secretosdinero/2010/12/la-economia-es-un-juego/

sábado, 2 de octubre de 2010

El dinero es un medio, no un fin

¿Qué significa ser rico? La riqueza es a veces un tema delicado. Mucha gente tiene interiorizado asociaciones negativas con la palabra “rico”. A menudo escuchará a la gente decir: “El dinero es la raíz de todo mal”, cuando en realidad la cita correcta es “El amor al dinero es la raíz de todo mal.”
La diferencia entre estas dos citas es el amor. Poner demasiada importancia a las posesiones materiales – que ciertamente no te devuelven el amor – lleva a la clase de corrupción que muchas personas han llegado a asociar con “la gente rica.” Pero usted no tiene que tomar ese camino. Usted puede desear cosas materiales, siempre y cuando esté en control de sus deseos.
La clave para llegar a ser rico, en todos los sentidos de la palabra, es el control. Lograr y mantener la autoconfianza sólo le es posible a aquellos que toman el control de sus emociones, sus acciones y sus circunstancias. Una “mujer rica” sabe que el dinero es un medio, no un fin, y utiliza el dinero como un instrumento para lograr metas significativas. Como el padre rico de Robert dijo, “los ricos no trabajan por dinero, hacen que el dinero trabaje para ellos.”
La independencia financiera te permite elegir el estilo de vida que quieres para ti. Ya sea que visualices un estilo de vida lujoso para ti o si prefieres vivir un estilo de vida modesto, tú decides.
A medida que persigues tus objetivos de inversión, es importante mantener el enfoque: Está persiguiendo al dinero no por el dinero en sí mismo, sino por la libertad que el ser independiente financieramente trae. Usted está persiguiendo la tranquilidad e independencia que viene de no depender de un hombre, un trabajo, del gobierno, ni de nadie más para cuidar de ti.
Algunas personas pueden pensar que usted tiene que dejar su moralidad en la puerta cuando persigues al dinero, pero no tienes que caer en este mito. Rico o pobre, siempre puedes optar por hacer lo correcto. El valor duradero que recibe al mantenerse fiel a sus principios, y la libertad que disfruta cuando se es económicamente independiente, no tienen precio.
De Kim Kiyosaki

sábado, 11 de septiembre de 2010

15 Consejos de negocios para Jóvenes Emprendedores de Robert Kiyosaki

“Ser libre y ser rico es posible y está como nunca, al alcance de nuestra mano. Bienvenido al éxito y al futuro. Ambos comienzan hoy.” - Robert T. Kíyosaki

1) Estamos en la era de la información. Hoy en día, lo que has aprendido se vuelve obsoleto rápidamente. Lo que aprendes es importante, pero no tanto como cuán rápido lo aprendes, cambias y te adaptas a la nueva información.

2) Educación financiera. Necesitamos más educación pero no del tipo tradicional. Cada estudiante hoy necesita educación financiera, que es la educación necesaria para convertir el dinero que se gana en su profesión en riqueza a largo plazo y seguridad financiera.

3) Inteligencia. La verdadera inteligencia consiste en saber lo que es apropiado más allá de saber únicamente si algo es “bueno o malo”

4) Cometer errores. Muchos educadores se enfocan primariamente en las habilidades y suelen castigar a los jóvenes cuando comenten errores. Y sentirse atemorizado de cometer errores hace que las personas no quieran hacer nada. Ponemos demasiado énfasis en la necesidad de sentir que estamos en lo correcto y en el temor de fallar. El temor de fallar y sentirse tontos es lo que hace que mucha gente deje de intentar. ¡Debemos aprender actuando!

5) El poder de las ideas. Quiero que la gente sepa que tiene el poder y la habilidad para tener todo el dinero que quieran. Si lo quieren. Pero el poder no está en el dinero. El poder no está fuera de ellos. El poder está en la ideas. No tiene nada que ver con dinero. La buena noticia es que no se necesita dinero, se necesitan ideas. Cambia unas pocas ideas y obtendrás poder sobre el dinero en lugar de dejar que el dinero tenga poder sobre ti.

6) La fórmula ganadora. Los expertos dicen que los problemas familiares tienen su raíz en el hecho de que los padres imponen a sus hijos su fórmula ganadora sin respetar la propia fórmula del niño. Un buen padre necesitaría escuchar cuidadosamente y descubrir la fórmula ganadora de sus hijos.

7) La razón de la pobreza. Mucha gente pobre es pobre porque aprende a ser pobre en casa.

8) Dale a tus hijos poder antes de darles dinero.

9) Buscar un mentor. La fórmula ganadora que aprendí a los 9 años es tener un mentor y aprender haciendo. Aún hoy en día, busco mentores de quienes pueda aprender. Gente que ya haya logrado lo que yo deseo lograr o bien escucho audio-tapes donde ellos me digan cómo lo han hecho.

10) El mundo real. Ya sea que a tus hijos les esté yendo bien en la escuela o no, se observador y anímales a encontrar su propia fórmula de aprendizaje porque una vez que dejen la escuela y entren en el mundo real, será cuando su verdadera educación comience.

11) Activos y pasivos. Los activos son aquellos que ponen dinero en tu bolsillo mientras que los pasivos son todos los que toman dinero de tu bolsillo.

12) Nuevas ideas financieras. Busca novedosas ideas financieras antes de enseñarle a tus hijos las viejas ideas acerca del dinero. Muchas personas tienen problemas financieros porque siguen utilizando antiguas ideas casi siempre aprendidas de sus padres.

13) Creatividad financiera. Desarrolla la creatividad financiera de tus niños mientras son jóvenes. En lugar de decirles que hacer, permíteles usar su creatividad natural y déjales encontrar sus propias formas de resolver sus problemas financieros y crear exactamente el tipo de vida que desean.

14) El secreto para ser rico. Muchas personas no logran ser ricos por una razón. Es porque han sido entrenados para pensar en términos de cobrar por el trabajo que hacen. Si quieres ser rico necesitas pensar en términos de a cuánta gente puedes servir con lo que haces.

15) El dinero no te hace rico. El dinero no necesariamente te hace rico. El más grande error que la gente comete es pensar que tener más dinero los hace ricos. En la gran mayoría de casos tener más dinero les representa tener más deudas. Es por ello que el dinero por si no te hace rico.


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