Hoy, más que en el pasado, las organizaciones de nuestra sociedad requieren de un nuevo estilo de liderazgo, caracterizado por mayores niveles de inteligencia emocional (control de emociones) e inteligencia espiritual (virtudes y trascendencia), totalmente comprometido con los valores y principios morales, guiando el ejercicio de sus capacidades hacia el servicio del bien común.
Consideremos que algunas de las principales actividades de un empresario se caracterizan por tomar decisiones en contextos complejos e impredecibles; asegurar que tengan resultados y sean sostenibles; gestionar la innovación de productos, servicios y procesos; planificar, organizar, dirigir , además de liderar equipos humanos.
En tal sentido, el ejercicio de un verdadero liderazgo se debe distinguir por demostrar la capacidad de encauzar los esfuerzos de las personas hacia la obtención de metas, mediante el proceso de incentivar y ayudar a los demás a trabajar con entusiasmo y buena disposición para alcanzar objetivos.
Para que una persona pueda ejercer un liderazgo transformador debe desarrollar ciertas capacidades que le potencien, para llevar a cabo acciones que contribuyan con el mejoramiento continuo de su entorno.
Las diez capacidades de liderazgo:
1- Proyectar una visión del futuro deseado para la empresa.
2- Capacidad de pensamiento sistémico y estratégico.
3- Capacidad de tomar iniciativa en forma creativa y disciplinada.
4- Capacidad de mantener el esfuerzo, perseverar y superar obstáculos.
5- Capacidad de manejar asuntos y responsabilidades empresariales con rectitud de conducta, basada en valores y principios éticos.
6- Capacidad de animar y motivar al personal.
7- Capacidad de comprometerse en potenciar actividades educativas para el personal de la empresa.
8- Capacidad de autoevaluar sus fortalezas y debilidades propias respecto al liderazgo empresarial.
9- Capacidad de aprender de la reflexión sistemática basada en el círculo de aprendizaje.
10- Capacidad de trabajar en equipo.
El siguiente planteamiento es el empowerment, que contribuye a eliminar las condiciones que causan sensación de ineficacia y contribuye a que los colaboradores se sientan facultados para enfrentar diversas situaciones y capacitados para asumir el control de los problemas que se les presentan, y es más probable que sus esfuerzos rindan el tipo de desempeño que valora la organización, gracias a una mayor participación, entendiéndose esta como el involucramiento mental y emocional de los individuos en situaciones grupales que los estimula a contribuir a favor de las metas del grupo y a compartir responsabilidad sobre ellas.
Fuente: Augusto Mansilla Rodríguez / Gestión
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