El hecho de que en nuestra capital dos mujeres compitan por la alcaldía metropolitana y que en Brasil -nuestro gigantesco vecino- la candidata oficialista fuera también una dama, pareciera estar significando que en la vida política de nuestros países comienza a superarse la discriminación de facto con el sexo femenino.
En la mayor parte de nuestra región, las mujeres conquistaron los derechos políticos después de la Segunda Guerra Mundial; en cambio, los países desarrollados les concedieron este derecho durante las décadas de 1920 y 1930.
La modernidad, es decir, la urbanización, la extensión de la educación, la masiva incorporación de mano de obra femenina en los países beligerantes durante la guerra de 1914-1918 y los procesos revolucionarios ocurridos en Rusia, Alemania y Austria, así como el ascenso espectacular de las izquierdas en los restantes países condujeron a que se ampliaran las conquistas sociales femeninas.
Curiosamente, las izquierdas -por ser leales a sus principios- otorgaban derechos políticos a las mujeres, y estas les agradecían votando por los partidos conservadores. La razón de esta paradoja era simple: dado el tipo de vida que llevaban las mujeres de ese tiempo, eran mucho más proclives a las influencias de los sectores tradicionales.
La conquista de los derechos políticos no generó de modo automático la igualdad: la política siguió siendo "cosa de varones" no solo porque existían poquísimas mujeres con capacidad de liderazgo político sino porque la sociedad -y la gran mayoría de las propias mujeres- consideraba que lo natural era que el poder político fuera monopolizado por varones con unos pocos casos especiales de mujeres ubicadas generalmente en el Poder Legislativo.
Tuvo que producirse un cambio social profundo para que hubiera posibilidades reales de que las más altas instancias del poder político se abrieran a las mujeres: acceso a todo tipo de trabajos; ampliación del porcentaje femenino en la educación superior, difusión de la planificación familiar para que la mujer no sea solo madre y ama de casa.
En estas tierras -marcadas por siglos de tradición patriarcal- pudimos apreciar cómo en países tan diversos, como Argentina, Nicaragua, Panamá, y Chile, eran elegidas mujeres a la más alta magistratura del Estado.
Naturalmente, a la hora de votar carece de sentido considerar el sexo de un candidato como el elemento relevante; en verdad, si las mujeres pueden ser brillantes estadistas, también pueden ser lamentables gobernantes, tal como lo hemos apreciado en esta región.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario