Por Rita Tonelli
Hay una anécdota que me conmueve, que termina con la siguiente reflexión…
Una vida que termina con la muerte, es una vida que no valió la pena.
Trascender es para mí, una palabra maravillosa. Indica que has ido más allá de tus bloqueos, más allá de los obstáculos, más allá de cualquier barrera.
Y también, y esta es la connotación que más atesoro, indica que podés ir más allá de vos mismo.
Cada uno de tus actos que esté pensado para beneficio de los demás, es un acto trascendente, y no importa que vos veas sus frutos o no, lo que importa es que lo hayas realizado.
Nada tenemos en propiedad sino a nosotros mismos: lo único que nos es permitido entregar es el don de nuestro trabajo, nuestro espíritu y nuestro ingenio. Y esta ofrenda magnífica de nosotros a todos los hombres enriquece tanto al donador como a la comunidad. Anatole France
Algunas personas sienten esa necesidad espontáneamente, sienten que tienen una misión que los llevará a ser recordados y reconocidos por su legado y, responsablemente, toman el desafío de trabajar toda su vida en pos de su cumplimiento. Pero hay muchas otras que por diferentes motivos, pueden llegar a tener ese deseo si se auto observan y analizan. ¡Te desafío a reflexionar al respecto! Es probable que seas parte de este grupo y no lo estés descubriendo. Por eso, es tan importante que trabajes en el conocimiento de vos mismo y que empieces cuanto antes.
La vida, para mí, no es una vela que se apaga.
Es más bien una espléndida antorcha que sostengo en mis manos durante un momento, y quiero que arda con la máxima claridad posible antes de entregarla a futuras generaciones. George Bernard Shaw
¿Cómo te darás cuenta? Si cuando al hablar de lo que hacés, cuando lo estás haciendo, cuando ves el resultado o alguien empieza a hacerlo mejor que vos a raíz de su aprendizaje, sentís una emoción que te embarga y una gran alegría en tu corazón, naciste para trascender y sos responsable de desarrollar tu misión de por vida.
El que solo piensa para sí mismo reduce su horizonte, cierra su camino y obstruye el flujo de la abundancia. Anónimo.
Fui una nena que calificaba de revoltosa, rebelde e inmanejable pero mis padres con muy buen tino, llenaron mi vida de una cantidad enorme de actividades que balanceó mi exceso de energía. Nunca se los agradeceré lo suficiente porque lo que hacía que me comportara de esa manera era mi necesidad imperiosa de estar haciendo, haciendo, haciendo. Sólo reducía mi velocidad cuando tomaba un libro. Lo que sabía, en lo más profundo de mí –y que solo cuando crecí pude poner en palabras- es que me sentía diferente, con gustos que correspondían a edades mayores, que quería libertad para todo el mundo y que siempre me enrolaría en la defensa de lo que creía justo, pero además –y esto es lo relevante- quería que todo el mundo pudiera hacer todo eso por sí mismo y eso –su aprendizaje a quererse, respetarse, hacerse valer, poner límites, ejercer su poder personal, saber qué querían para sus vidas- sería guiado por mí.
Te cuento esto porque si notás en tus hijos que sienten improntas diferentes, te sugiero que los acompañes y apoyes su camino a encontrar cómo van a trascender. Vas a ayudar a que sean felices, cada día de sus vidas.
Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado, escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse. Benjamín Franklin
¿Te gustaría ser recordado por tu accionar en este mundo?
¿Sentís que hay algo que podrías hacer que ayudara –ahora o después, no importa- al mundo?
¿Sentís un palpitar diferente en ciertos momentos o frente a algunos acontecimientos pero no tenés claro qué es lo que querés hacer al respecto?
¿Considerás que podés ser un generador de un cambio para la humanidad?
Entonces, mi propuesta es que sigas buscando porque la trascendencia es para vos. No podés negarle tu legado al mundo.
Mil palabras no dejarán una huella tan profunda como un solo acto. Henrik Ibsen
En un oasis escondido en medio del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino Hakim se detuvo a abrevar sus camellos y lo vio transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
- ¿Que tal anciano?- le dijo.
- Muy bien – contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con este calor, y esa pala en las manos?
- Siembro dátiles – contestó el viejo.
- ¡Dátiles! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez- . El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Dime, ¿cuántos años tienes?
- Ochenta,… pero eso, ¿qué importa?
- Mira, amigo, las palmas datileras tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Aunque vivas hasta los cien años, difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que siembras. Deja eso y ven conmigo.
- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
Por el placer de compartir
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